giovedì 26 marzo 2009

La lengua como patria: el caso de Norman Manea y del rumano

Hace ya varias semanas, navegando por la Red, encontré un interesantísimo artículo publicado en abril de 2005 en la revista digital mexicano-española "Letras Libres". El artículo lleva por título "El lenguaje como patria" y está escrito por Norman Manea (1936), uno de los autores rumanos más importantes de la actualidad (de esto me vine a enterar buscando información sobre él: confieso mi ignorancia sobre el tema). Lo primero en que me fijé fue en el título mismo, especialmente en la palabra "lenguaje". Luego de leer el artículo y de saber que era la traducción al español (no hay información de la lengua en la cual fue escrito originalmente, pero pienso que fue en rumano), me pareció que el uso del término "lenguaje" calca la clásica sobreposición que existe en inglés con la palabra "language", al designar tanto a la facultad innata que tiene el ser humano de comunicarse verbalmente o por señas ("lenguaje"), como al código verbal aprendido en la infancia o en la escuela ("lengua"). Por ello titulé esta reflexión como "lengua". Realmente no lo hice sólo por ello, sino porque en otras ocasiones he tratado el mismo tema: una a propósito del novelista húngaro Sándor Márai y otra a propósito del poeta portugués Fernando Pessoa y de su heterónimo Alberto Caeiro.

A pesar de este error en la traducción al español, el artículo de Manea es un relato apasionante de la experiencia del escritor con las lenguas. Como judío fue criado en un ambiente plurilingüe; más tarde, los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial lo arrojan a un campo de concentración donde debe interactuar con prisioneros de las más variadas procedencias y allí aprende otras lenguas. Posteriormente, luego de la liberación sus padres lo ponen a aprender (¡oh paradoja!) alemán. A este respecto Manea dice: "... ellos también estaban conscientes, aunque no tuvieran una educación superior al promedio, de la diferencia entre las experiencias recientes y el largo plazo entre el odio y la cultura." Y también recuerda que la "lengua del verdugo" no fue solamente el alemán, sino el rumano del régimen pronazi de su país, y posteriormente el ruso de los ocupantes soviéticos. Y aún así su lado humano, o su fuerza de escritor, lo protegen de pasar la frontera del odio.

La instauración del régimen comunista en su país lo lleva a huir a Occidente: el idioma que primero lo acoge es, de nuevo, el alemán. Más tarde entrará en estrecho contacto con el francés, al igual que muchos intelectuales rumanos como Eugène Ionesco (1909 - 1994), Emil Cioran (1911 - 1995) o George Enescu (1881 - 1955), entre otros. Su labor de escritor prosigue y el siguiente hito corresponde a la implosión del comunismo. Nuestro autor relata cómo se renueva su relación con su lengua materna, el rumano, y llega a la conclusión de que a pesar de haber escrito en varias lenguas, aquél nunca dejó de ser su hogar: desde su infancia con la nodriza que le hablaba en rumano, hasta los años del postcomunismo, pasando por el largo periplo en los campos de concentración, luego como exiliado en Berlín o como escritor reconocido en Francia o Estados Unidos.

Si Pessoa afirmó en boca de su heterónimo Alberto Caeiro: "Minha pátria é a língua portuguesa". Si Sándor Márai encontró en el húngaro el ancla que lo mantuvo firme tras las borrascas de la Segunda Guerra Mundial y del comunismo, Manea recoge en este artículo los sentimientos de sus ilustres colegas y de millones de personas arrastradas por los vientos de la historia con mayúscula y de la historia de todos los días. Cuántas veces, inclusive en los círculos que hacen alarde de apertura y cosmopolitismo, se producen actos que llevan al "exilio", que apartan y que obligan a mantenerse en la propia patria de la lengua.

La lectura de este artículo lleva al lector por un sinnúmero de países lenguas y autores y, por fortuna, demuestra cómo la lengua es la patria genuina de un individuo. Tomando como referencia a Paul Célan (1920 - 1970), rumano de origen y lengua alemana y exiliado en Francia, Manea afirma sobre sí mismo:

"Fue en París, y no en Viena o Berlín o Zúrich, donde Célan se estableció y continuó escribiendo en su alemán exiliado. No es de sorprender que considerara el lenguaje como la patria del poeta, incluso aunque el lenguaje fuera alemán y el poeta judío. Incluso aunque el lenguaje fuera rumano y el escritor judío, agregaría... Rumania es, para mí, no sólo el lenguaje del verdugo y el de la opresión comunista o el de la rabia envenenada del postcomunismo, cada uno de los cuales afectaron mi relación con mi patria de distintas maneras. Las tensiones, viejas y nuevas, profundizaron mi sentido de vulnerabilidad y mis heridas, y me llevaron a evitar las noticias y mensajes de mi pasado rumano. No obstante, cualquier contacto con el espíritu, el sonido, incluso las palabras del lenguaje me consuela instantáneamente, me relaja, me revive, me guía de regreso hacia mí mismo. Es una redención familiar, y sin embargo siempre nueva e incomparable."

¿Somos acaso todos exiliados? ¿Hemos de reencontrar en nuestra lengua lo más íntimo de nosotros, lo que nos lleva a trascender la banalidad de lo cotidiano?

He aquí la pieza titulada "Ciocarlia" de George Enescu:


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