Conozco mujeres que darían su vida por la de su compañero, esposo e hijos. Por la de su compañera. Por la de sus amigos. Por la de sus colegas. Conozco mujeres ante quienes los hombres se sienten inferiores porque ellas descollan por su inteligencia y capacidad de trabajo, o simplemente porque saben dar y recibir amor. También conozco (más cerca de lo que se piensa) mujeres tenebrosas capaces de traicionar a sus amigos y colegas. De hundir a otras mujeres (¿envidia, celos, complejo de inferioridad?). De matar a sus hijos, o de concebirlos a sabiendas de que los condenan a una vida de miseria. De condenar a sus hijas a las mismas condiciones de maltrato que ellas mismas han tenido que soportar.
Al fin y al cabo hombres y mujeres somos simplemente seres humanos y personas (en el sentido que tenía la palabra griega "persona", es decir, "máscara").
Desde hace años el combate a la violencia contra la mujer, entendida como discriminación, invisibilización, maltrato físico y psicológico, constituye tema de conversación, reflexión y legislación en muchos países, en complicidad cultural con tradiciones ancestrales del peor patriarcalismo y machismo. Por fortuna, en muchos de ellos, esas tradiciones se están abandonando. Pero en muchos otros predominan la necedad o el fanatismo religioso que condenan a las mujeres (y por ende a otros grupos, como los hombres y mujeres homosexuales) al cadalso o al sufrimiento.
En este contexto, conceptos de cultura como los que cité el 31 de agosto y el 4 de septiembre de 2007 encuentran, por lo tanto, mayor significación. Como parte fundamental de la cultura, tanto la literatura como la música y el cine reflejan estas concepciones, unas veces para dar cuenta de ellas, otras para sacarlas a la luz, otras para denunciarlas y, quizás también otras veces, desgraciadamente, para perpetuarlas.
Lo que las mujeres musulmanas se ven obligadas a padecer en nuestra época, lo padecieron las mujeres occidentales hasta hace un tiempo. Claro está que en Occidente aún hay muchos casos (un solo caso es ya de por sí aborrecible), denunciados o silenciosos, de violencia y discriminación contra las mujeres.
Remontémonos a 1669. Sur de Escocia. Comarca de Lammermuir Hills. En un contexto político bastante agitado, Lucy Ashton, pertenenciente a una familia de terratenientes, se compromemete en secreto con Lord Rutherford, del partido realista. Cuando la madre de Lucy se entera de que su hija se ha comprometido con un opositor político, la obliga a renunciar a él y a comprometerse con un hombre elegido por sus padres. La noche de su compromiso oficial, Lucy es presa de la desesperación, enloquece y más tarde muere sin recobrar la cordura. Esta historia fue transmitida en los siguientes 150 años y, a través de una tía, llegó a oídos de Sir Walter Scott (1771 - 1832), uno de los escritores británicos más famosos del siglo XIX. Scott se basó en este hecho y escribió una novela corta, titulada "The Bride of Lamermoor", que junto con otra novela corta titulada "Legend of Montrose" conforman la Tercera Serie de "Tales of My Landlord" (1819). Como muchas de las grandes obras literarias, su acogida fue fría, aunque el tiempo le haría justicia.
Más tarde, en 1835, Salvatore Cammarano (1801 - 1852), un libretista napolitano, retoma la historia de Scott y escribe en italiano el texto para una de las óperas más importantes de este género musical: "Lucia di Lammermoor", de Gaetano Donizetti (1797 - 1848). La ópera fue estrenada el 26 de septiembre de 1835 en el Teatro San Carlo de Nápoles. Por aquel tiempo Donizetti era un compositor consolidado y muy conocido, tanto en Italia como fuera de ella. El éxito de "Lucia di Lamermoor", comparable al de "Norma" de Bellini, atrajo la atención del público francés. Como se solía hacer, a la versión italiana de las óperas, se le hacía otra en francés. Así sucedió con "Lucia": "Lucie de Lammermoor" fue estrenada el 6 de agosto de 1839 en París. El libreto francés, basado en el texto italiano, fue escrito por Alphonse Royer y Gustave Vaëz. Aunque la versión francesa también tuvo bastante éxito, es la italiana la más conocida y representada en todo el mundo.
Este éxito no se limita a los escenarios operísticos. "Lucia di Lammermoor" está mencionada en novelas de la talla de "Madame Bovary" "Anna Karenina" o "El Conde de Montecristo". Varios fragmentos de la ópera han sido empleados en el cine, especialmente el de la Escena de la Locura ("Il dolce suono" - Acto II - Escena V). En mi opinión, esta escena representa lo insoportable de cualquier abuso, éste sí contra-natura. Veamos dos versiones: la primera, interpretada por la soprano italiana Mariella Devia en el Teatro alla Scala de Milán en 1992.
La segunda es la empleada por el director de cine francés Luc Besson para la película "El Quinto Elemento" (1997). En la película, la diva Plavalaguna, una diva extraterrestre del belcanto, interpreta la primera parte de esta aria. La voz es de la soprano albanesa Inva Mula Tchako. La actriz que personifica a la diva es la francesa Maïwenn Le Besco. Por ser francesa el título original es "Le Cinquème Élément", pero es más conocida la versión en inglés. El fragmento propuesto pertenece a la versión francesa. ¡Qué bien, es reconfortante saber que en el siglo XXV el italiano no será una lengua muerta! Además, la diva lleva el secreto de la salvación del mundo ... en italiano, y este secreto sólo puede materializarse con Leeloo, la otra protagonista de la película, interpretada por la estadounidense de origen ucraniano Milla Jovovich.
Uno de los innumerables casos de maltrato a las mujeres fue inmortalizado en tres lenguas (inglés, italiano y francés) y en tres géneros artísticos (literatura, ópera, cine).
Dedico este artículo a todas aquellas que personifican lo mejor del género humano, como Lucy, Lucia, la diva o Leeloo.
domenica 22 febbraio 2009
Violencia contra las mujeres: tema común a todas las culturas
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